Carreteras de asfalto, duras y frías, recorren la tierra como una red de venas entramadas, y entre uno de sus espacios en blanco yace una parcela sin dueño. A la distancia se ve como un pesado vehículo avanza con dificultad la autopista, esforzándose para mantenerse entero con cada revolución de sus ruedas, hasta que estas se detienen frente a la parcela desolada. Cuando llega a una parada completa, del vehículo comienzan a bajar varios sujetos con cascos amarillos, herramientas en mano y planos en la mente. Su misión era clara, convertir aquella celda vacía en el espacio para su monumento. Los constructores son seres simples con objetivos igual de simples, su espíritu demanda alzar sus herramientas, levantar cimientos y conectar bloques para formar enormes estructuras que superen a las anteriores. Ellos han viajado desde muy lejos para erguir una nueva edificación que sobrepase a sus más salvajes sueños, en este caso, un gran complejo de viviendas para que otros de su especie puedan obtener la energía para vivir. Un constructor pone la primera piedra para los cimientos y oficialmente comienzan la obra. Del enorme vehículo entran y salen los seres cargando diversos materiales, tablas de madera, vigas de acero, ladrillos de piedra, costales de cemento, paneles de vidrio, arcos de hule, cruces de cobre, puertas de plástico, lámparas de neón; todos se coordinaban para cargar los materiales pesados entre varios de ellos, otros se agrupaban para asegurarse que los materiales frágiles llegasen a salvo hasta su destino. Desde el vehículo se podía ver una torre de acero que llegaba a la altura del mismo, dentro de poco se tornaron en varias, estas torres eran andamios en los que los constructores se apoyaban para asegurarse que la altura fuera la adecuada. Los constructores son seres expertos en su labor, les es natural el poder crear lo que esté en sus mentes, manipular las herramientas y organizarse entre ellos, al menos eso último es lo que creen. Los constructores son individuos pensantes, cada uno vive en su propio mundo y solo se pueden comunicar entre ellos con sonidos simples y movimientos corporales. Sus planos han evolucionado a ser tan complejos que son escritos en lenguajes solo comprensibles por aquellos que los escribieron, asegurándose de que su visión quede clara en su mente pero pocas veces para aquellos que los leen. La escritura se les ha vuelto innecesaria, ahora solo construyen a su antojo sabiendo que eventualmente conectaran ideas sin ninguna clase de comunicación. Esta vez, mientras unos comienzan a construir los cimientos, otros ya están conectando tuberías y cableado bajo la tierra, otros ya están mezclando el cemento y otros ya están preparando la entrada principal para el complejo. Los pisos del edificio llegan a los dos dígitos al cabo de un tiempo, pero la calidad de estos no parece ser la mejor. Entre los pisos 5 y 6 se pueden ver corredores curvos que parecen no llevar a ninguna parte en particular. En el piso 8 se puede ver un pequeño jardín de rosas junto a tres paredes de cemento solido y sin ninguna ventana que las alimente con luz solar. Y en el piso 9 se puede vislumbrar desde fuera como uno de los cuartos sobresale del resto como una verruga de madera en el edificio de concreto gris. Los planos de los constructores habían cambiado drásticamente desde que comenzaron su tarea, pero seguían confiando en que eventualmente todo lo que hacían estaba conectado, y hasta ahora lo estaba. Toda puerta llevaba a un lado, toda habitación tenía agua y electricidad, toda escalera era cómoda y fácil de recorrer, pero no todas llevaban a un lugar concreto, no todas las habitaciones se acomodaban dentro del edificio, y al llegar al piso 18, la primera de muchas puertas que abrían al vació del exterior se construyó. Los constructores aprovechaban el espacio que habían construido para recargar fuerzas ellos mismos, mientras unos descansaban, otros se turnaban para continuar la construcción por su cuenta. Los relevos eran instantáneos, en lo que se daban cuenta que faltaba uno dentro de la obra, otro que acababa de recuperarse entraba directamente a reemplazar su lugar. Su número aunque grande era finito, y este comenzó a disminuir pasado el tiempo. Había quienes caían desde una gran altura, otros cuyas extremidades se desgastaron hasta quedar inútiles e incluso estuvo el caso de un constructor que tuvo que descansar dentro de uno de los cuartos sin terminar, para cuando se recuperó, el cuarto había sido sellado por completo sin ninguna puerta o ventana por donde salir. El piso número 57 estaba a la orden, y para entonces varios cuartos estaban saliendo desde los costados, balcones sin barandal y trampolines con muros se podían ver extruyendo desde las ventanas, enormes secciones en estilos barrocos, góticos y modernos se juntaban en distintas partes de este collage arquitectónico. Por dentro se podían ver túneles de desecho en medio de los pasillos, puertas giratorias con eje horizontal, escaleras de mano que llevaban a escalones que llevaban a escaleras de caracol que llevaban a rampas de descenso hacía el piso anterior, todo el interior se había convertido en un laberinto por el cual nadie con un buen sentido de navegación podría salir del edificio una vez entrara. El trabajo de los constructores había perdido completamente su coherencia, era un milagro que aquel edificio se mantuviese de pie con cada adición sin sentido que se hacía a su altura, y el piso 57 demostraría ser la cereza absurda sobre el pastel. El piso 57 medía 100 metros de alto, sus muros de hormigón tendrían una que otra ventana redonda de tan solo 20 cm de diámetro, si mirabas hacía al techo desde su suelo a cuadros parecía que estuvieras bajo una noche estrellada. Al centro de la enorme habitación yace una plataforma metálica con un pequeño interruptor al lado, cuando lo presionas la plataforma se eleva lentamente hacía el techo de la habitación, el cual se vuelve cada vez más y más pequeño en cuanto te acercas a él. Una vez tienes a las ventanas diminutas rozándote, llegarás al piso 58, una pequeña jaula de metal que sirve como el mirador del edificio más alto construido, aquí puedes ver como todos los constructores que han llegado hasta el final están reunidos para instalar la última pieza del edificio, una larga vara de acero que sirva como pararrayos. En cuanto la vara es instalada, el edificio comienza a colapsarse. Desde cientos de metros se ve como los constructores, rígidos como tablas, caen lentamente hacía los cimientos de la edificación, sus cuartos sin sentido, sus escaleras inútiles, sus piezas inconclusas, todo flota lentamente hacía el suelo una vez más. Un constructor se pregunta cuál fue la razón del colapso, si fue algún elemento que cedió por el tiempo, o si aquel pararrayos fue la gota que colmó el vaso, pero lo que él ignoraba es que la razón yacía en el piso 21, dónde aquel constructor que no encontraba alguna puerta por donde salir optó por hacer una salida por su cuenta. |
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