El sol sale una vez más

Un pantano hediondo se hunde bajo helechos retorcidos. La superficie del agua está cubierta con una gruesa capa de algas y bacterias que desprenden un olor a muerte lo suficientemente fuerte para detraer a cualquier animal de adentrarse por estos lares; los pocos peces e insectos que habitan aquí lo hacen porque no tuvieron otra opción al nacer atrapados en estas aguas. La vegetación se ve quemada e infeliz. Estos helechos dependían de la sombra de árboles frondosos para poder sobrevivir, pero ahora estos gigantes yacen como ramas cortadas que flotan sobre el agua estancada y tocones magullados que se hunden en el fango. A la distancia, lejos pero todavía en rango de la podredumbre, se puede ver a donde pararon los troncos de estos gigantes, en un enorme nido ovalado; mide varios metros de diámetro, está adornado con huesos gigantescos, piedras preciosas y plantas podridas al pie de este.

Dentro del nido se encuentra una criatura escamosa, su figura barroca, vieja e intocable está descansando plácidamente sobre su cama de plumas y pelaje ajeno mientras el resto de su clan llega a su hogar. Estos habían regresado de una cacería exitosa en las afueras del pantano, dónde la menguante megafauna todavía vive. Haber derribado a una bestia tan enferma como la que acaban de cazar debió ser fácil, sin embargo, este no fue el caso cuando todo tu clan esta igual si no es que más enfermo. Con sus fauces, ensangrentadas y jadeando, cargan con las piernas esqueléticas de la bestia hacía el nido para entregárselas a su líder.

Al escalar los troncos, sus garras se aferran con mucho trabajo a la madera húmeda, mantenidas únicamente por la voluntad de evitar desplomarse frente al resto del clan. Al llegar a la cima, tiran la carne hacía el interior y descienden al pie del nido para descansar sobre el fango y recuperar sus fuerzas. Mientras esto sucede, el líder ve fijamente como sus súbditos le entregan su comida, fijándose en el azul de sus plumas, sus ojos amarillos y sus picos dentados. Solo cuando uno de estos, hambriento y desesperado, trata de desgarrar uno de los músculos de su ofrenda es cuando rompe su silencio con un siseo grave y lento. El súbdito lo ignora y clava sus dientes más sobre la carne, apoyando sus garras sobre el hueso para desmenuzarlo. El líder sisea más fuerte, comienza a chasquear su boca rápidamente mientras se le acerca, levanta sus brazos emplumados junto con su cabeza sin romper la mirada y muestra las quebradizas plumas doradas que quedan en su cuerpo. El súbdito, intimidado, desiste del esfuerzo y baja con el resto.

Una vez las ofrendas acaban, el clan se recuesta sobre el frio lodo, juntos patalean y pelean el hambre sabiendo que el líder tiene la comida de sobra que necesita para sobrevivir estas condiciones adversas. Mientras las plumas azules de estas criaturas se ensucian, unas brillantes plumas rojas se pueden ver asomándose sobre las ramas podridas.

El clan rojo es escaso, no tenían las mismas estrategias, tecnología ni líder que los del clan azul, pero su determinación por hacerles frente era más grande que su miedo, y esta vez estaban seguros de que podrían acabarlos gracias a un as bajo sus garras. Mientras el cansado ejercito duerme, los rojos se escabullen a plena vista; sin vegetación ni montes donde esconderse, deben aprovechar el estado débil del enemigo. Los pasos lodosos se detienen unos metros frente a la cama de los soldados para comenzar su siguiente fase. Un grupo cargado con madera cubierta de una sustancia negra y aceitosa la tira sobre el suelo y forma un cumulo con esta, esperando a un solo peón que carga con dos valiosas piedras brillantes. Tembloroso, comienza a chocarlas violentamente una contra la otra esperando una chispa. Con cada choque de las piedras, soldado tras soldado comienza a despertar de su sueño para ir contra ellos. El creciente ruido de siseos, galopes y chasquidos alarma al líder quien teme otra revuelta, decide asomarse fuera del nido y levanta la vista hacia la enorme bola de fuego que se prende frente a él. El ejercito azul, aturdido por la ignición, no puede hacer nada frente a la siguiente parte del ataque rojo, quienes toman ramas bañadas con el aceite negro, las encienden con la bola de fuego, cargan sus arcos y disparan contra el nido.

La lluvia flameante de flechas es intimidante, sin embargo, no parecen mantenerse encendidas mientras vuelan hacía su objetivo. Estas chocan frente al nido y caen secamente sobre el lodo, sin ningún espectáculo. Al ver esto, el líder recupera su mirada fría, se alza al borde del nido y levanta sus plumas doradas a la vista de todo su ejercito con un rugido álgido, alzándolos hacía el ataque. Los soldados azules arremeten contra los arqueros antes de que puedan seguir disparando, atacando tácticamente a aquellos que traen el caos y comenzando así la batalla final. El líder desciende torpemente del nido, pasando sobre las flechas humeantes al pie de su hogar, viendo la enorme bola de fuego consumir más y más combustible, su ejercito despedazando con aquellos que alguna vez también fueron su familia. Veía como aquellos que cargaron la madera ahora estaban prendidos en llamas por el aceite negro y aquellos que cargaron su comida se desplomaban sobre el fango por el cansancio, todo con una mirada fría y siniestra al ritmo incontrolable del crujido del fuego. Mientras más soldados de ambos bandos caían, las llamas bajaban, pero el ritmo no se detenía. Extrañado por esto, él voltea hacía atrás y ve como aquellas flechas incendiarias no se habían extinto por completo. Una tenue y débil chispa dentro de una de estas fue lo que bastó para encender su trono, alimentado por los gases del pantano y las hojas secas, las llamas se extendieron como un muro rojizo infernal.

Una furia nunca antes vista se despertó dentro del líder, una vida de odio y desconfianza había carcomido mucho en su mente donde toda su compasión alguna vez residía, y la destrucción de aquel nido, su símbolo de poder, fue lo que lo llevó a empujar su raquítico cuerpo a sus límites. Levantando sus plumas doradas, sus ojos se nublaron y corrió hacía la batalla con un rugido quebrado. Sus garras atravesaron indistintamente a toda criatura frente a él, la sangre, lodo y ceniza sobre ambos clanes no lograba distinguir más a quien era quien, él solo veía furia en sus ojos disfrazada de justicia. Desgarrando torpemente los cuerpos de sus enemigos mientras se tambalea, siente como la furia se torna en confusión, su irritabilidad lo comienza a debilitar, pero él necesita seguir, por lo que llama a sus aliados con un rugido y el alce de sus imponentes plumas, sin embargo, todos los ojos que estaban ahí ya no podían ver.

Tambaleándose y jadeando, ve como lo que alguna vez eran torres de llamas ahora eran pilas de ceniza humeante, batallando por seguir quemando, quienes alguna vez eran sus súbditos ahora yacían en el suelo, irreconocibles del chamuscado enemigo. Todo lo que quedaba era él, una cascara vacía sobre una pila de muerte. Sin hogar ni familia, el viejo líder recorre el resto del pantano. Mientras más avanza, todo lo que alguna vez le era familiar le recuerda la matanza, viendo los troncos que él pidió que cortaran, los peces muertos flotando sobre el agua que él pidió que estancaran y los restos de otros nidos que él incendió, siguió adelante con todo el dolor del mundo pero sin ningún remordimiento de sus acciones.

Aquel día, la guerra de los tres milenios concluyó sin ningún ganador, y tres días después, el viejo líder se desplomó al atragantarse con la espina de un pescado, marcando así el final de la era de los dinosaurios.