El sol sale una vez más

Un hombre sube por las colinas rodantes hacía la vista de un brote solitario naciendo de la tierra. Tan frágil e inocente, él decide cuidar del otro hasta que se convierta en un portentoso árbol.

El hombre se sentó a su lado, bajaba de la colina en busca de agua que llevar hasta sus raíces, se aseguraba de que los bichos no se comieran sus poquitas hojas, lo cubría del sol abrasador o de la lluvia arrolladora, todo lo que el brote necesitase, él lo proveería.

Su tallo enclenque se comenzó a tornar leñoso y firme, nacieron ramas de cuyas puntas comenzaron a germinar más ramas, sus hojas se caían y volvían a crecer cada vez que el frio venía. El hombre había bajado incontables veces de la colina, cargado litros de agua, pasado despierto por horas para asegurar que el brote llegase hasta eso; cansado por el trabajo, este cae dormido bajo el sol y se deja llevar por sus sueños sobre fractales verdes de incontables dimensiones.

El sueño se corta y despedaza al sentir un peso sobre la nariz y entre los ojos. Algo había caído encima de él y trataba de insertarse en su ojo, era una hoja. Levantó su cabeza y al abrir los ojos vio la luz del sol pero no la sentía sobre su piel. Dirigió la mirada hacía el cielo y vio un techo de ramas que creaba una sombra agradable sobre un rango de 10 metros, con tenues rayos de luz entrando entre las hojas. Mesmerizado, contempló como el anillo de tierra en el que había recostado su cabeza era ahora una dura almohada de raíces expuestas que dotaban al nuevo árbol de un cimiento inamovible, y como ahora la delicada vara que era el tronco era un gran obelisco vivo 15 veces más alto que él y 7 veces más ancho que él.

Al ver su creación llegar hasta el cielo y tocar las nubes, el hombre no pudo evitar sentir orgullo de lo que él había logrado, mientras se dedicaba a subir las ramas hasta la cima del árbol para ver la tierra que lo rodea, se puso a recordar todos los momentos que pasaron juntos él y árbol, pero mientras más recordaba, llegó a un pensamiento abismal que lo detuvo en su recorrido. Mientras él había cuidado al brote, su crecimiento fue lento y perezoso, pero cuando él se durmió por tanto tiempo el árbol había logrado llegar a ese tamaño sin su ayuda. ¿Su ayuda había hecho más mal que bien? ¿Si no hubiese estado él ahí, el árbol sería aún más grande? ¿Fue siquiera relevante para el árbol? ¿Fue relevante para este mundo?

Él siguió subiendo, cada vez más lento y con menos ganas. Las ramas se volvían cada vez menos frecuentes y llegó un punto en el que tanto su apoyo sólido como su motivación se acabaron. Su único camino era el aferrarse a donde estaba y salir de la cúpula de hojas bajo la que estaba para al menos ver hasta donde había llegado. Cabizbajo y con una mirada perdida decide abrirse paso entre el follaje y ver hacía abajo, y al hacerlo, no vio nada. Miró a la distancia y vio como el sol se estaba poniendo bajo las nubes, el suelo no estaba por ningún lado, lo único que veía era el interminable horizonte, las hojas y otros árboles igual de altos que él suyo a la distancia.

Mientras contemplaba la oscuridad cerniéndose y la luna brillar, él solo quería preguntarle al árbol si significó algo para él de la misma manera que a él le significaba el árbol, pero sabría que no habría respuesta. Silencio contemplativo era todo lo que había, eso y la sensación de que algo se elevaba, la rama sobre la que estaba se sentía más ligera, él se sentía más ligero, todo el árbol parecía estar más ligero. El vértigo lo inundó cuando vio como el tronco se estaba inclinando cada vez más hacía arriba y las hojas parecían estar haciéndose hacía atrás, obligándolo a aferrarse de la rama hacía el tronco una vez más. Sintió la gravedad y la ausencia de esta, no soltaría el tronco hasta tocar el suelo, él pensaba, pero vio como las raíces salían desde las nubes y como ahora el árbol yacía recostado en el cielo con él colgando hacía el abismo celestial. El hombre hace un último esfuerzo por permanecer en el árbol y se para sobre el tronco como si este fuese una balsa y el cielo el océano, sin ningún lugar hacía el donde remar, el propio árbol decide llevarlo en dirección a la luna.

El árbol flotó cada vez más lejos, las estrellas brillaban cada vez más brillantes y el hombre se dio cuenta que jamás se podría separar del árbol ahora; si él fue o no relevante para el árbol, el árbol siempre fue relevante para él y eso era lo que importaba ahora. Bajo el incierto destino al que iban, él se recostó una última vez entre las ramas y dejó que el árbol lo guiara una última vez hacía el cielo.